El jardinero de Oxford
Érase una vez, un jardinero que llegó a Oxford desde su pequeña aldea cargado de sueños e ilusiones de triunfar. Fue directo a ver al decano de la Universidad para pedirle trabajo y, éste, mirándole muy serio, dijo:
– ¡Sí!, la verdad es que estos jardines están necesitando un arreglo. Voy a contratarte, ven aquí y rellena estos papeles.
El jardinero enrojeció de repente, sus ojos se tornaron tristes y mirando al suelo, confesó que no sabía leer, ni escribir. Pero después, le miró con ilusión y le dijo que era muy trabajador y siempre lo hacía lo mejor posible.
– ¡No se arrepentirá!, dijo el jardinero.
El decano, sin embargo, no se apiadó de él y lo mandó a estudiar, porque en Oxford, no podía haber nadie que no supiera leer, ni escribir.
El jardinero, abatido, se sentó frente al gran portalón de entrada de la Universidad pensando qué podría hacer, sus ilusiones por triunfar habían volado como el humo, no tenía dinero y no quería volver a su aldea. Entonces, sacó una gran bocadillo, que le había preparado su madre y se dispuso a comerlo para poder pensar con claridad, cuando, de repente, un estudiante se le acercó:
– Oye, esa hogaza tiene una pinta estupenda. Tengo un examen ahora y me vendría genial tomar energías con ese bocadillo que tienes. ¡Te lo compro!
El jardinero, ni lo pensó, le ofreció la hogaza y cobró su dinero. Mientras miraba las monedas que le había dado el estudiante, se le ocurrió una gran idea, y es que, era analfabeto, pero también muy listo y trabajador. ¡Lograría superarse a sí mismo!
Al día siguiente, el jardinero, llevó su bolsa llena de bocadillos, todos muy bien hechos y de buena calidad. Se situó en el mismo portalón de Oxford y en media hora, los había vendido todos.
Poco a poco, el jardinero fue aumentando sus ganancias: al siguiente día vendió 50 bocadillos, a la semana ya había comprado una mesa con los beneficios para poder poner 100 bocadillos, y así sucesivamente. El jardinero trabajó día y noche, buscó lo mejor e invirtió su dinero en aumentar el negocio. Así fue como, de su pequeño puesto en el portalón de entrada a Oxford pasó a rentar una pequeña tienda cercana a la Universidad.
Los estudiantes hacían cola por llevarse uno de los magníficos bocadillos del jardinero. Tiempo después, compró otro local y así fue creciendo hasta tener una cadena de tiendas de bocadillos por toda Inglaterra.
Años después, ya anciano, le llegó una carta de la mismísima reina de Inglaterra, era una invitación para recibir un gran premio: «Su magestad, tiene el honor de otorgarle la medalla al trabajo y el esfuerzo», decía la carta.
El jardinero, muy nervioso, el día de la celebración se puso sus mejores galas… ¡iba a conocer a la reina!. La mismísima reina de Inglaterra se le acercó, le colocó una medalla sobre el cuello y le dijo:
– ¡Vaya, ha conseguido usted todo un logro, es digno de alabar! Firme usted aquí conmigo este diploma, que podrá guardar como recuerdo para siempre.
Sus ojos se tornaron grises como años atrás, levantó triste su mirada y le dijo a la reina:
– Su majestad, yo no sé leer ni escribir.
– ¿No sabe? ¿Y ha logrado todo este éxito sin saber leer ni escribir? ¡No puedo llegar a imaginar lo que hubiera sido capaz de hacer de haber aprendido!
– Yo sí majestad, habría sido jardinero en Oxford.
Moraleja
Los problemas que nos encontramos a lo largo de nuestra vida nos enseñan un camino diferente y la oportunidad de crecer con lo aprendido.
La vida no es como ir en bicicleta, en ocasiones necesitamos parar para ajustar la bici y decidir qué camino tomar.
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